Cuando era pequeña me dijeron o yo creí entender que tenía que «portarme bien» y «ser la mejor», porque así podría tener un futuro maravilloso.

Y yo muy obediente hice todo lo posible para cumplir los deseos de mis mayores, no fuera a ser… En el colegio sacaba unas de las mejores notas de la clase. Durante muchos años jugué al baloncesto y lo hice tan bien que me llamaron de un equipo de primera división. Al mismo tiempo iba a la Escuela de Idiomas para aprender Inglés, Italiano y Francés, porque era muy importante saber idiomas. Y por si eso fuera poco, también tenía tiempo para dar clases particulares y llegar un grupo de niños de tiempo libre.Gorro de licenciado con el diploma, para demostrar que tenía que ser la mejor.

Cuando terminé el bachillerato e hice la Selectividad tenía tal nota que podía  hacer cualquier carrera.  Elegí una Ingeniería que, modélicamente, terminé en 5 años. Recuerdo también un día que mi madre comentó lo bonito  que era la gente que tocaba la guitarra en misa…¿y sabéis que hice yo? Pues aprendí a tocar la guitarra, sin ir a clase y sin tener ningún sentido musical (si me escuchaseis cantar….); pero tanto empeño le puse que la guitarra llegó a sonar hasta bien… (todavía me sorprendo de esto…).

Así que llegué a convertirme en «la mejor» y llegué a creerme que siendo «la mejor» sería feliz.

Dediqué gran parte de mi vida a «sacar buenas notas» para contentar a mis profesores, a mi padres, al resto del mundo… Hasta que un día me di cuenta que en esto de la vida no había notas, ni exámenes que aprobar, y que no tenía que hacer las cosas bien… Imaginaros mi frustración y mi rabia el día que me enteré de que esto era así. La idea que yo tenía del mundo se puso patas arriba. ¿Qué iba a hacer yo ahora si lo que mejor que sabía hacer era tener un expediente espectacular?

Así que me tocó aprender a no ser buena, a no ser perfecta, a reirme de mis errores y a descubrir lo que realmente me hace feliz.

Y después de toda a la rabia, comencé a agradecer a mis padres todo el esfuerzo que hicieron para que yo recibiera la educación que recibí, y a poner en valor todas la habilidades y recursos que ahora tengo gracias a esas «multiples» actividades que estuve haciendo.

Foto de perfil de Almudena De AndrésY  fue entonces cuando pude empezar a hacer las cosas para mí, sin más intención, solo por el simple hecho de disfrutar: sentarme en la terraza a desayunar sin prisa, leer un libro sin presión de aprender solo por gusto, mirar un atardecer, disfrutar de unas cervecitas con los amigos, de una conversación, de una mirada, de un  silencio,… En definitiva, empecé a disfrutar de la vida.

Por un amor mal entendido, cumplimos la voluntad de otros y nos olvidamos de nosotros mismos, haciéndonos poco a poco más pequeños, hasta que un día despertamos y descubrimos que la vida es mucho, mucho más…

Y ahora que no nos oye nadie, os diré que la vida es mucho más divertida cuando dejas de ser «la mejor».