Este verano he estado en Albi, una pequeña ciudad de Francia. Estando allí oí de repente una voz española que decía con cierto desdén ante un patio precioso lleno de flores: “Esto no está mal, pero, ¡ni comparar con los patios cordobeses!”. Y es cierto que los patios cordobeses son muy bellos, pero aquel también lo era.
Y así vamos por la vida, comparando unas cosas con otras, unas personas con otras e incluso comparándonos con los demás; en vez de invertir nuestro tiempo en admirar y valorar todo lo bueno que nos presenta la vida.
La palabra admirar proviene del verbo latino “miror”, que significa maravillarse, asombrarse, mirar con admiración. En castellano este verbo derivó en el verbo mirar, que significa ver con atención algo que causa maravilla o asombro. La partícula “ad-“ que se añade al verbo implica que se mira a algo con asombro, sorpresa, y que esa forma de mirar nace del propio sujeto que mira. Es decir, está en nosotros mirar las cosas de una manera diferente y darles el valor que tienen.
Muchas veces estamos más ocupados comparando y comparándonos que valorando lo que tenemos, incluidos nosotros mismos. Miramos al de al lado viendo solo la diferencia y considerando que lo que el otro tiene es algo que a nosotros nos falta, algo que necesitamos, porque si no nos somos los suficientemente buenos. Sin embargo esto no es cierto, cada uno de nosotros somos perfectos en nuestra imperfección y disponemos de todo lo necesario para ser felices, solo hace falta darnos cuenta de ello. Así podremos mirar al otro y a nosotros con admiración y disfrutando de lo que la vida nos ofrece.
Así que hago una sugerencia, y me la hago también a mí misma, cambiemos nuestra mirada y empecemos a disfrutar de todas las pequeñas cosas que están delante de nosotros cada día a aprender y disfrutar de la diferencia. Y dediquemos también un poco de nuestro tiempo a admirarnos a nosotros mismos, a ver en positivo lo que somos. Así nuestro tiempo estará mejor empleado.