Para tener un mente abierta es importante no juzgar y ver la vida con los ojos de un niño, llenos de curiosidad y asombro.
Epojé o no juzgar es un término originado en la filosofía griega que se refiere a la decisión de suspender los juicios, de mirar el mundo sin juzgarlo, con una predisposición de no-saber.
Y este es el punto de arranque de la verdadera sabiduría: “Solo sé que no se nada”, que decía Sócrates.
No hay nada más pretencioso y nada más peligroso, que aquel que cree saberlo todo y que no tiene nada más que aprender. Ese estado para mí está muy cercano a la muerte, porque dejar de aprender implica haber perdido la curiosidad por conocer algo más de cómo es y cómo funciona este mundo.
Mente abierta. Mente de principiante.
Recuerdo una vez, que una profesora mía de francés me comentaba que a ella le gustaba, a veces ir a cursos de francés elementales para volver a aprender las bases, y que tenía que adopta una actitud de no-saber para poder realmente aprender y que para ella eran muy enriquecedoras esas clases, porque se daba cuenta de que muchas veces ella misma pasaba por alto detalles importantes.
Y esta actitud me parece realmente enriquecedora, porque aunque sepamos mucho sobre algunos temas, siempre habrá más distinciones en los detalles que podamos notar, y esas distinciones marcan la diferencia entre vivir en la rutina o adoptar una disposición de descubrimiento y enriquecimiento ante la vida. Y estas son las bases de la DBM, de estar siempre dispuesto a aprender y mirar la vida con otros ojos, porque siempre hay más.
Hace poco me invitaron al estreno de una ópera. Era la segunda vez que iba y realmente no tenía mucha idea de cómo iba aquello. Por suerte, una amiga me estuvo explicando en qué cosas básicas debía fijarme: el barítono, el tenor, la soprano… Y realmente fue toda una experiencia, pero también estoy segura de que la próxima vez que vaya añadiré a estas distinciones, otras nuevas que me permitirán disfrutar aún más.
Mente abierta. Eterno aprendiz.
Y esta actitud de eterno aprendiz, es una disposición fundamental a la hora de conocer a una persona: no juzgar para estar abiertos a conocer.
Es muy fácil que cuando te presenten a alguien, tu mente empiece a hacer miles de conexiones (esta persona me recuerda a mi ex, así que mejor no hablo con ella… o tiene le mismo color de ojos que mi jefe, así que debe ser bastante agradable), y así sin que la otra persona se entere, ya le habremos colgado el “san benito”, de lo que es o deja de ser, sin darle la oportunidad a que sea ella misma y nos sorprenda.
También es cierto, que esta habilidad para hacer conexiones, nos facilita el trabajo a la hora de relacionarnos, ya que nos puede dar unas pautas, pero si convertimos esas pautas en certezas, en juicios cerrados, nos estaremos condenando a una vida sin sorpresas, y como decía antes eso es algo muy cercano a la muerte.
Esta actitud es si cabe más importante cuando con personas, porque es muy tentador volcar sobre una persona nuestros propios modelos y creencias sobre lo que le pasa o lo que tiene.
Imaginemos, por ejemplo, que nos duele un pie porque nos hemos tropezado cuando íbamos andando por la calle y cuando llegamos al hospital nos atiende un reconocido alergólogo y que al ver de lejos el pie hinchado nos dijera que obviamente es una reacción alérgica.
Seguramente esto pueda sonar absurdo, porque por más especialista que sea es necesario hacer un exploración y una evaluación del pie antes de poner ningún tratamiento.
Pues, la idea es perfectamente extrapolable a cuando se trabaja en una consulta con personas. La primera parte y más fundamental es no dar por sabido nada y explorar para conocer el origen real de la cuestión.
Porque si no lo hacemos así, corremos el riesgo de poner una pomada cuando en realidad tiene roto el hueso…
“Solo sé que no se nada” (Sócrates).