Cuando somos pequeñitos y miramos a nuestros padres creemos que son superhéroes que todo lo saben y todo lo pueden. Solo tenemos que pedírselo y “voilá”, ellos lo consiguen para nosotros.
Con esas premisas creemos que nuestra vida será así de fácil, y nos imaginamos a nosotros mismos en un futuro perfecto: iré a la universidad, encontraré un príncipe azul, rápidamente conseguiré un trabajo, después me casaré, tendré dos hijos y un perro, y las vacaciones las pasaré en un chalet a pie de playa. Un guion perfecto para una película de Walt Disney.
Pero la realidad es que creces y te das cuenta que la vida no es un camino de baldosas amarillas, la vida tiene curvas y que te llevan a sitios insospechados.
Hasta que yo llegué a la Universidad mi expediente académico era brillante. Para haceros a la idea, para mí sacar un 7 en un examen era casi una tragedia, todas mis notas eran 9 y 10. Pero en el primer año de carrera suspendí una asignatura, (lo cual prácticamente no era nada comparado con el resto de mis compañeros), pero para mí aquello se acercaba casi al fin del mundo. Y cuando me encontraba en pleno drama, la madre de una amiga, para ayudarme me dijo: “Bueno, no es para tanto, así tienes una experiencia más en la vida”. En aquel momento, creo recordar que deseé hacerla desaparecer, ahora, lo recuerdo y me hace gracia. Ella tenía razón, solo era una experiencia más de la que aprender. Y gracias a mi suspenso, tuve una excusa para quedar a estudiar con el chico que me gustaba y descubrí el maravilloso mundo de las bibliotecas en verano.
Y como esa experiencia podría contar mil y una más. Los primeros fracasos amorosos (y los segundos), la búsqueda de un trabajo, la inmersión en el mundo laboral,…
Todo esto son “contratiempos” de un viaje que no tiene más destino que el disfrutar de las personas y de los momentos que compartimos con ellas. Estos contratiempos forman parte de la vida real y están muy alejados de la vida de cuento de hadas que nos montamos de pequeños.
La cuestión es disfrutar del viaje, disfrutar de cada curva, porque lo que hoy supone una tragedia te puede llevar a sitios maravillosos. Aunque mientras llegamos podamos sumirnos en la noche oscura del alma.
“Todo está bien, todo es para bien”, esa la frase que me repito como un mantra en esos momentos de oscuridad: cuando un amigo se aleja o desaparece de tu vida, cuando te echan de un trabajo, cuando no consigues algo que deseabas… Porque mi experiencia me ha demostrado que esos cambios suponen oportunidades para aprender.
Así que, ahora, cuando en mi vida aparecen curvas, las vivo desde la incertidumbre a lo nuevo (y también con la tristeza de decir adiós a lo viejo) y con la confianza de que hay un bien superior que me espera, aunque en ese momento no sepa cuál es.
La cuestión es elegir una forma de mirar la vida, o bien desde la perspectiva del amor y la aceptación, o bien desde el sufrimiento.
Y cuando hablo de aceptación no me refiero a conformismo ni a convertirte en una víctima de la situación. Me refiero a mirar las cartas que te han tocado en la baraja y jugarlas lo mejor que puedas a tu favor. Si puedes hacer algo para mejorar la situación, hazlo. Y hazlo no desde el sufrimiento y el “pobrecito de mi”, sino mirándote con amor y viendo las posibilidades reales que se abren ante ti, que son muchas más de las que te puedas imaginar.
Así que te invito a disfrutar del viaje de la vida, disfrutar de cada curva, de cada persona que se cruce en tu camino, de cada momento, porque no sabes cuándo aparecerá la siguiente curva.
Y cuando ante ti se abran muchos caminos y no sepas cuál recorrer, […], escucha a tu corazón. Y cuando te hable, levántate y ve donde él te lleve.
(Donde el corazón te lleve. Susanna Tamaro)