No es raro que tengamos gente próxima a nosotros que está pasando por momentos difíciles, bien sea por enfermedades, falta de trabajo, duelos…¿qué hacer en estas ocasiones?
Comenzaré por reflexionar sobre qué es lo que sentimos nosotros que tenemos o queremos hacer. Muchas veces nos sentimos descolocados ante el dolor de los demás, porque el dolor de los demás nos incomoda. Nos gustaría que ese dolor desapareciera y con él también nuestro malestar. Sin embargo, esta postura sería poco respetuosa con el proceso de la otra persona. Así que el primer punto sería tomar consciencia sobre dónde surge esta necesidad de ayuda: tal vez sea una por razón social, tal vez resuene algo en nuestro interior, o quizá sea porque alguien nos ha dicho que es lo que hay que hacer. Sin embargo, esta necesidad de ayudar impide la ayuda, porque no es la otra persona, somos nosotros a los que prestamos atención.
Por otro lado, ¿qué es lo que busca la otra persona cuando pasa un mal momento? La mayor parte de las ocasiones lo que busca es sentirse acompañado. No busca en nosotros soluciones, las verdaderas soluciones tienen que surgir, con ayuda o sin ella, de ellos mismos.
Y efectivamente acompañar es un arte, saber cuál es la justa medida del acompañamiento no es fácil.
En ocasiones solo hay que estar ahí para escuchar y dejar que la otra persona pueda compartir lo que siente creando un clima de confianza, y añadir alguna pregunta que amplíe su modo de ver el mundo (lo cual es también otro arte).
Otras personas prefieren no hablar sobre lo que les está pasando, pero necesitan saber que no están solas. Y hay mil y una formas de hacérselo saber, porque además este tipo de personas suelen ser muy sensibles y captan perfectamente los detalles: una llamada, un mensaje, unas cañas… pueden ser más que suficientes.
Y luego están los mendigos de soluciones: las víctimas. Esos que piensan que los demás tienen que solucionarles la vida y que el mundo gira alrededor de ellos. En estas ocasiones es muy tentador convertirse en el “solucionador”. Esta actitud empodera mucho, y nos puede hacer sentir muy bien. Pero, ¿es esto lo que le va a ayudar a crecer a esa persona y a tomar las riendas de su vida? Pues ya te digo yo, por experiencia, que no. Por eso comenzaba, haciendo la reflexión sobre nuestra posición a la hora de ayudar. ¿Cuál es el foco, nosotros o el otro? Si nuestro foco es el otro, podremos ayudarle a crecer y encontrar su propio camino desde el respeto. Si el foco está en nosotros conseguiremos sentirnos bien, pero no ayudar realmente a la persona.
En cualquier caso, el acompañar siempre pasa por el encuentro de dos almas en un espacio y un tiempo, y desde ese punto el amor que surge siempre será sanador.