La verdad es que veo poco la televisión, pero soy consciente de los recursos que se utilizan para captar nuestra atención y sorprendernos. Y últimamente de forma muy evidente, se ha dado una vuelta de tuerca a dos temas de los que, de alguna forma, somos adictos: el sexo y la comida. Y en efecto, causan sorpresa, aunque no siempre se trata de una sorpresa positiva.
La cuestión es que este bombardeo de “sorpresas”, hace que nos evadamos y nos alejemos de los pequeños detalles que convierten la vida real y cotidiana un lugar realmente bello y sorprendente.
Cuántas veces pasamos por alto cosas que son maravillosas: cómo una pequeña semilla puede llegar a convertirse en un gran árbol, cómo a partir de dos pequeñas células, que nuestro ojo no alcanza a ver, se crea un nuevo ser humano; cómo entre millones de personas que hay en el mundo puedes encontrar a tu alma gemela; cómo a partir de un poco de harina, agua, sal y calor se puede hacer pan… Y así un largo etcétera… Por no hablar de internet (si mi abuelo resucitara, ¡¡¡no me puedo ni imaginar qué diría!!!). Sin embargo, buscamos la grandeza de la vida en cosas lejanas a nosotros, cuando los milagros están mucho más cerca.
A mí me encanta la capacidad de asombro de los niños pequeños. Se les pueden contar el mismo cuento mil veces seguidas (bueno igual mil no, pero diez o quince sí), y aun sabiéndose el final, disfrutarán de él como la primera vez. Son capaces de distinguir nuevos detalles, apreciar los diferentes tonos de voz que tú utilizas, fijarse en algún color o en algún personaje que esté en el cuento…Esto convierte cada experiencia en única.
¿Y qué nos pasa a los adultos? Parece que según vamos cumpliendo años nuestra capacidad de sorpresa va disminuyendo, damos por hecho cosas que realmente son extraordinarias e increíbles. Y poco a poco, nos alejamos de experimentar y saborear la vida auténticamente.
En la vida de todos de nosotros quedan muchas primeras veces de las que disfrutar. Y yo deseo hacer cada uno de mis días una primera vez. ¿Y tú?